Publicado en las Actas del IX Congreso SEAE de Agricultura y Alimentación Ecológica. Lleida (Cataluña), 6-9 octubre 2010.
Juan José Soriano (Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica - IFAPA); Juan Manuel González, Jon Jáuregui y Antonio Bravo (Secretaría General del Medio Rural y la Producción Ecológica-Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía) y María Ramos (Centro de Agricultura Ecológica y de Montaña (CAEM) INIA-Junta de Extremadura)
En Andalucía se han realizado en los últimos años divesos estudios sobre el conocimiento campesino en el manejo de los recursos fitogenéticos y las semillas. Estos estudios han abarcado zonas con diferentes condiciones edafoclimáticas: Sierra de Cádiz, Vega de Granada, Serranía de Ronda, Sierra de Castril, Sierra de Mágina, Comarcas de Antequera y Estepa y Sierra de Segura.
El estudio del conocimiento campesino nos muestra que este gran patrimonio cultivado heredado de nuestros agricultores no es un elemento caprichoso ni producto del azar, sino que la biodiversidad de los cultivos tradicionales responde a una racionalidad campesina en el manejo de los recursos naturales completamente distinta de la lógica de la agricultura industrializada.
Los conocimientos que usan los campesinos para producir sus propias semillas y mejorar las variedades son complejos. Estos conocimientos implican una gran habilidad en el reconocimiento de las variedades, la valoración de sus aptitudes y su adecuación tanto a las condiciones de cultivo como a los gustos y necesidades del mercado local.
De las experiencias acumuladas a lo largo de estos años pueden extraerse enseñanzas que nos ayuden a establecer pautas de manejo en los sistemas mediterráneos de agricultura ecológica.
Introducción
El etnocentrismo cultural urbano nos induce a creer que los sistemas locales de producción de alimentos ocupan un lugar anecdótico en el mundo. Nada más alejado de la realidad, antes de la crisis alimentaria y climática desencadenada a finales del siglo pasado aún existían aproximadamente un 60% de agricultores en el mundo (con una producción de entre el 15 y el 20% de los alimentos) a los que no había sido posible convertir a los principios productivos de la Revolución Verde (Francis 1986). Estos agricultores que cultivan en los denominados ambientes desfavorables seguían siendo los responsables de la alimentación de aproximadamente 1.400 millones de personas (Pimbert 1994).
La apropiación de la naturaleza en estos sistemas campesinos se realiza básicamente mediante una apropiación de los ecosistemas, que son así transformados en agroecosistemas. El manejo campesino no destruye ni sustituye los recursos locales, sino que los canaliza para dar lugar a una apropiación social de la energía y los materiales del ecosistema.
Esta canalización de recursos implica, no obstante, una transformación profunda de la estructura de los ecosistemas, incluyendo la domesticación e introducción de especies animales y vegetales. También implica una nueva relación de interdependencia, ya que los agroecosistemas, a diferencia de los ecosistemas silvestres, necesitan de la continua intervención humana para su mantenimiento.
Sin embargo el agroecosistema campesino, al igual que el ecosistema original, basa una gran parte de su estabilidad y eficiencia en la diversidad de recursos y prácticas productivas. En la medida que el ecosistema conserva su diversidad el sistema campesino se hace más estable y autosuficiente (por lo tanto la presencia de múltiples especies y variedades interactuando contribuye a aumentar la estabilidad y autosuficiencia). En palabra de Toledo (1993) “los campesinos manipulan el paisaje natural de tal forma que se mantienen y favorecen dos características medioambientales: heterogeneidad espacial y diversidad biológica. Esta estrategia multiuso permite a los campesinos gestionar diferentes unidades geográficas, como diferentes componentes bióticos y físicos. Los campesinos intentan evitar la especialización de sus espacios naturales y de sus actividades productivas, un rasgo intrínsecamente contradictorio con las tendencias dominantes de la mayoría de los proyectos de modernización rural”.
Esta forma de apropiación de la naturaleza origina una determinada estrategia con relación a los recursos genéticos que es común a las culturas campesinas y diferente a otras racionalidades y que se puede intentar explicar partiendo de dos elementos principales:
Los recursos genéticos tanto silvestres como domesticados sobre los que se desarrolla la apropiación campesina para su transformación.
El conocimiento campesino específico que abarca tanto del proceso como de la finalidad de esta apropiación y que este conocimiento forma parte de la cultura local.
Uso campesino de la diversidad vegetal
Los agroecosistemas presentan diferencias de complejidad que responden a diversos factores: edad, número de especies cultivadas, estructura, manejo... De hecho, existe una gran variabilidad en los modelos ecológicos y agronómicos básicos que los caracterizan. Según Altieri (1992) el grado de biodiversidad que podemos esperar encontrar depende esencialmente de cuatro características principales del agroecosistema:
la diversidad de la vegetación dentro y alrededor del agroecosistema,
la permanencia de los varios cultivos dentro del agroecosistema,
la intensidad del manejo,
el grado de aislamiento del agroecosistema de la vegetación natural.
En general, los agroecosistemas más diversos, más permanentes, aislados y manejados con tecnología de bajo insumo (i.e. sistemas agroforestales; policultivos tradicionales) aprovechan mejor los flujos de energía de los procesos ecológicos asociados a la mayor diversidad, que aquellos altamente simplificados, de alto insumo y alterados (i.e. monocultivos modernos de hortalizas y frutales).
Los agroecosistemas están sujetos a niveles diferentes de manejo, de manera que las secuencias de cultivos en el tiempo y el espacio cambian continuamente, en función de factores biológicos, naturales, socioeconómicos, y ambientales. Tales variaciones del paisaje determinan el patrón de heterogeneidad espacial y temporal característicos de cada agroecosistema.
Las variedades de cultivo y las razas ganaderas locales son un componente importante en el conjunto de la diversidad biológica de los agroecosistemas. Además de las variedades y razas ganaderas locales, también tienen un papel las plantas silvestres, incluidas las malezas, especialmente aquellas que son parientes de las especies útiles y les pueden introducir características de interés por cruzamiento. Desde la visión campesina todos los seres vivos que conviven en el agroecosistema poseen utilidad potencial ya que todas las comunidades presentes tienen un papel en el flujo de materia y energía que permite la producción y el consumo de alimentos, fibras o medicinas.
Caracterización del saber local campesino
El conocimiento campesino sobre los recursos genéticos cultivados forma parte indisoluble de la cultura local y por lo tanto, como el conjunto de esta cultura, es ante todo un vehículo de reproducción social del campesinado, lo que le confiere una de sus principales características; estar situado a caballo entre el mundo orgánico y el social. Para Sevilla y González, “los procesos de inserción del campesinado en su matriz social poseen un contexto ecológico específico que vincula su aprendizaje como ser social al conocimiento de los procesos biológicos en que se inserta la producción de su conocimiento” (Sevilla y González de Molina 1993).
Pero no sólo este carácter dual orgánico y social define el conocimiento local, también la forma de transmisión de carácter práctico y operacional, ajeno a las teorizaciones y el saber escrito son otras de sus características principales. Raúl Iturra afirma que “el saber del campesinado se aprende en la heterogénea ligazón entre grupo doméstico y grupo de trabajo. El conocimiento del sistema de trabajo, la epistemología, es resultado de esta interacción donde la lógica inductiva es aprendida en la medida en que se ve hacer y se escucha para poder decir, explicar, devolver el conocimiento a lo largo de las relaciones de parentesco y de vecindad. La conducta reproductiva rural es resultado de una acumulación que no se hace en los textos, sino directamente sobre las personas y los lazos que tejen (Iturra 1993).
Esta forma de transmisión del conocimiento puede dar lugar a la falsa impresión de que esta transmisión se realiza de forma cerrada de una generación a otra. Siendo este precisamente uno de los tópicos en los que se ha basado el rechazo de la validez actualizada del saber local al considerarlo falto de capacidad de innovación. Desde esta visión tópica el saber local quedaría reducido al conocimiento tradicional ritual que manejan y transmiten los miembros de mayor edad de las comunidades, quedando excluida la posibilidad de actualización ya que como afirmaba Merton (1972) “el aprendizaje está sometido a controles y limitaciones. La principal de ellas es que sólo los jóvenes, y en general, aquellos que aún no han sido socializados o lo han sido de modo deficiente, pueden aprender lo nuevo.” Pero a poco que se profundice en la realidad de este saber local se descubrirá que una característica destacable es precisamente su vitalidad y capacidad de innovación.
Esta capacidad de innovación es absolutamente necesaria, ya que forma parte de la naturaleza coevolutiva que caracteriza el desarrollo del saber campesino. Como sostienen Norgaard y Sikor (1997), en la conformación del saber local existe una estrecha relación entre el conocimiento en sí y otros factores como son el sistema de valores, el tipo de organización social, el medio biológico en el que se inserta la comunidad y la tecnología de la que se dispone. Cada uno de estos sistemas se relaciona con los demás, y cada uno ejerce una presión selectiva en la evolución de los otros, generando un proceso conjunto de coevolución. Dentro del sistema de conocimiento se llevan a cabo innovaciones deliberadas y también hallazgos fortuitos, pero el hecho de que estos aportes se consideren aptos y se integren en el sistema de cultivo depende a su vez de los valores, la organización social, la capacidad tecnológica, etc.
Muy relacionado con este proceso coevolutivo, y en gran parte como consecuencia del mismo, podríamos afirmar que otra característica de primer orden en el conocimiento local es su propia diversidad. Este rasgo de diversidad atraviesa todas las dimensiones del saber. Esta diversidad tiene por un una dimensión socioeconómica tal como explican Sevilla y González (1993) “la respuesta campesina a la lógica de la renta se desarrolla a través de una múltiple diversidad, probablemente relacionada con la diversidad biótica existente en su ecosistema contextual. Esta adoptará, unas veces, distintas formas de adaptación, otras muchas, múltiples modos de resistencia, pero siempre constituyendo parte de su dinámica de reproducción subsumida a la penetración de las formas materiales o culturales que configuran el proceso de subsunción”.
La diversidad de los conocimientos es también un reflejo de la diversidad de los medios que las comunidades rurales deben de gestionar para obtener los productos. Esta estrecha interrelación entre la diversidad natural y la diversidad cultural es considerada por muchos estudiosos del conocimiento local como la principal variable que conforma este tipo de conocimiento: “la diversidad de hábitats en el mundo ha posibilitado el desarrollo de una gran variedad de culturas, que han resuelto de diferentes maneras sus problemas de provisión de alimentos, abrigo, salud y bienestar. Este desarrollo es interdependiente con la creación de sistemas de conocimientos. Las distintas necesidades, costumbres y gustos de cada cultura, comunidad y familia campesina, hacen que la selección de las especies y variedades que se usen y/o cultiven sea personalizada. Esto significa el uso de una amplia gama de criterios para la selección, por tanto, la diversidad cultural enriquece y a su vez es enriquecida por la biodiversidad” (CLADES 1998).
Otra de las características del saber local es su carácter colectivo. Como señalan Silvia Rodríguez y Laura Vargas (1999), “la posibilidad de acumulación y de intercambio permanente de las experiencias son los elementos que permiten el desarrollo del conocimiento”. A consecuencia de este carácter acumulativo y colectivo los avances se van dando generalmente de una manera suave y continua, sin modificaciones, hallazgos o saltos espectaculares ya que son los pequeños aportes de una persona aquí y de otra allá los que van configurando las innovaciones. Por lo tanto, “en la medida en que se aprende a trabajar con los acondicionamientos de tipo natural y de que los productos obtenidos satisfagan las necesidades de un mayor número de personas, el conocimiento alcanza su máximo sentido”.
Como consecuencia también de este carecer comunitario y acumulativo, “la propiedad individual del conocimiento no se concibe, pues quien lo maneja tiene conciencia de que es portador de saberes heredados de muchas generaciones anteriores y que en ese mismo sentido ellos tendrán la obligación de garantizar que se transmita a sus hijos y a los hijos de sus hijos”. No obstante en este mundo globalizado donde abundan poderosos necios para los que se “confunde valor y precio” (parafraseando a D. Antonio Machado). La mercantilización del conocimiento es una de las mayores amenazas del saber local.
El saber local tiene asociado, a diferencia de otros tipos de saberes, un componente ético o moral intrínseco. Los sistemas de conocimiento popular no separan el aspecto cognitivo del aspecto valorativo. Como afirman Eduardo Sevilla y Manuel González (1993), “las culturas campesinas tradicionales han desarrollado sistemas de manejo de los recursos naturales más eficientes desde el punto de vista ecológico que los que desarrollamos en la actualidad, regidos por el mercado y la lógica del beneficio. Esta relación de las culturas con la naturaleza constituye un aspecto esencial de su “Economía Moral” que afecta directamente a la concepción global que el orden campesino tiene en la relación Humanidad-Naturaleza. En ésta desempeña un papel central el conocimiento campesino como generador de la cultura que en siglos de adaptación simbiótica ha desarrollado los mecanismos de captación del potencial agrícola de los sistemas biológicos, estimulando y regulando las bases de sustentabilidad y reproducción”.
En el saber local no existe separación real entre corpus y praxis. Esta realidad ha sido pasada por alto por muchos estudiosos de este saber, como ya destacó Víctor Toledo (1993) cuando afirmó que “con muy pocas excepciones, los estudios sobre el conocimiento campesino de la naturaleza han estado basados en una aproximación donde el fenómeno cognitivo aparece artificialmente separado de sus propósitos prácticos (corpus y praxis). O bien sólo se estudian fracciones (plantas, animales, suelos, etc.) o dimensiones (sistemas clasificatorios, elementos utilitarios y otros) del sistema completo. Los antropólogos han considerado la investigación de las actividades prácticas como aspectos secundarios de la investigación de los sistemas cognitivos, perpetuando la tendencia a considerar, la cultura, como distinta y ampliamente autónoma con relación a la producción”. Este carácter inmediato posiblemente derive de la fuerte relación entre las comunidades locales y su entorno. De la observación de los cambios en el entorno depende en muchos casos la supervivencia de las comunidades campesinas.
La estructura del saber local
Tal como vimos en el epígrafe anterior, una de las características del saber local es su inmediatez o relación con la experiencia concreta en la que desarrollan su labor los campesinos como productores de mercancías. Para J. D. van der Ploeg (1993), este saber se estructura operativamente en dos ámbitos: la coordinación de tareas y la coordinación de dominios.
La coordinación de tareas hace referencia a la capacidad de tomar decisiones en el ámbito de trabajo del agricultor. Estas decisiones tienen especial importancia para el desarrollo del proceso productivo del sistema, incluso dentro de un marco ya establecido por condicionantes externos. Lo más interesante es que los agricultores adquieren en gran parte la capacidad de desarrollar el potencial productivo de sus explotaciones precisamente por medio del proceso de trabajo agrícola. Lo que supone una ventaja cognitiva del saber local asociado a la “producción mercantil simple” sobre el conocimiento asociado a la producción capitalista en la agricultura. Esta ventaja deriva de la unidad entre el trabajo mental y el trabajo manual, así como el control efectivo por parte del productor directo sobre el proceso de trabajo. Una consecuencia derivada de esta característica del saber local de los agricultores, es que “en todo el mundo los pequeños productores mercantiles (ya sean campesinos o pequeños agricultores) logran rendimientos (o niveles de productividad material) considerablemente más altos que los típicos de la agricultura capitalista. Esto ha sido abundantemente documentado”.
Pero esta capacidad no queda limitada al ámbito del manejo del sistema productivo. El pequeño productor también saca partido de su conocimiento sobre la estructura social y las relaciones locales. En este sentido, van der Ploeg afirma que “aunque en la mayoría de los casos la producción es, esencialmente producción mercantil y el agricultor tiene que vérselas continuamente con los mercados, no debiéramos identificar sencillamente el dominio de las relaciones económicas e institucionales con los mercados existentes y las relaciones externas. Debemos considerar toda la gama de relaciones externas que los agricultores mantienen con un cierto número de diferentes tipos de instituciones (tales como las de crédito, extensión y organizaciones de agricultores)”.La existencia de intercambios no mercantiles, aun dentro de la agricultura modernizada, plantea el tema teórico de la importancia de la variabilidad entre los agricultores en su uso de recursos y relaciones económicas e institucionales específicas. Van der Ploeg denomina a estas capacidades de los agricultores locales como “coordinación de dominios” y atribuye el origen de este análisis al trabajo de Gavin Smith con comunidades campesinas en América Latina. Para Smith (1986), “la producción mercantil simple puede lograr buena parte de su ventaja competitiva por el uso que hace de las relaciones sociales no mercantilizadas en las que se halla inmersa”.
Además de la diferencia entre coordinación de tareas y coordinación de dominios derivadas de su inmediatez, el saber local puede ser estructurado en función de una dinámica temporal de construcción del conocimiento. En este sentido se puede hablar de un saber tradicional que posee connotaciones estáticas en el tiempo y que responde a aspectos del sistema que se mantienen estables y de un saber adquirido mediante la experiencia a través de los elementos cambiantes del sistema. Este saber adquirido se denomina también como innovación. La innovación juega un papel cada vez más importante en los sistemas de conocimiento local frente al saber tradicional. Esto es debido al proceso de cambio cada vez más acelerado de las dinámicas que afectan al entorno en el que se desarrollan los sistemas locales de producción.
Este componente innovador del conocimiento local tiene una base documentada en la gran capacidad de observación y análisis del entorno por parte de los campesinos. Este aspecto ha sido estudiado por Chambers (1983), quien documentó que existen agricultores que frecuentemente obtienen una riqueza de observación y fineza de discriminación que sería accesible a científicos occidentales sólo a través de largas y detalladas computaciones y mediciones.
Saber local y biodiversidad
Según Altieri y Montecinos (1992) los sistemas tradicionales se caracterizan por los siguientes elementos desde el punto de vista de la diversidad vegetal:
Su nivel de diversidad vegetal en el tiempo y en el espacio en la forma de policultivos y/o sistemas agroforestales (Chang 1977; Clawson 1985). El desarrollo de estos agroecosistemas no sería casual, sino que estría basado en un profundo entendimiento de los elementos y las interacciones de la vegetación, guiada por sistemas complejos de clasificación etnobotánica. Esta clasificación ha permitido a campesinos asignar a cada unidad de paisaje una práctica productiva, obteniendo así una diversidad de productos vegetales mediante una estrategia de uso múltiple (Toledo 1991).
Los agroecosistemas tradicionales también son diversos genéticamente, conteniendo poblaciones de variedades locales adaptadas, y en algunos casos, especies silvestres botánicamente emparentadas con los cultivos. Las poblaciones de variedades locales consisten en mezclas de varias líneas genéticas, las cuales evolucionaron, pero que difieren en sus reacciones a enfermedades y plagas de insectos. Algunas líneas son resistentes o tolerantes a ciertas razas de patógenos y algunas a otros factores (Harlan 1976). La diversidad genética resultante confiere por lo menos resistencia parcial a enfermedades que son específicas a variedades particulares del cultivo. La diversidad genética permite además a los agricultores explorar distintos microclimas y derivar usos nutritivos múltiples y de otros tipos, aprovechando las variaciones genéticas de cada especie.
Para Altieri (1991), otra dimensión importante del conocimiento etnobotánico local está relacionada con el hecho que muchos campesinos utilizan, mantienen y preservan áreas de ecosistemas naturalizados (bosques, praderas, lagos, laderas, arroyos, pantanos, etc.) dentro o adjunto a sus propiedades. Áreas de las cuales recogen suplementos alimenticios importantes, materiales de construcción, medicinas, fertilizantes orgánicos, combustibles, objetos religiosos, etc. (Toledo 1980). En cuanto a la recolección de plantas, aunque ha sido normalmente asociada con condiciones de pobreza (Wilken 1969), afirma que existen evidencias recientes que sugieren que esta actividad está más estrechamente asociada con la persistencia de una fuerte tradición cultural. Inclusive la recolección de vegetación tiene una base económica y ecológica, ya que las plantas silvestres pueden contribuir en forma importante a la economía de subsistencia del campesino, especialmente durante períodos de baja producción agrícola debido a calamidades naturales u otras circunstancias (Altieri et al. 1987).
La racionalidad campesina el manejo de los recursos genéticos
Aunque en la agricultura europea actual existe un importante desarrollo del proceso que hemos denominados como externalización de tareas, ante determinadas coyunturas no es inusual que los grupos domésticos campesinos busquen formas de diversificar su actividad para complementar su renta. En estas situaciones, la coexistencia de relaciones de producción distintas, algunas de ellas incluso siendo típicamente capitalistas, pueden no responder a una racionalidad o lógica del intercambio mercantil, sino a la lógica reproductiva del campesinado. El grupo doméstico campesino tiene una capacidad reconocida de acción autónoma para desarrollar estrategias propias y específicas.
Se comprende entonces por qué algunos campesinos pueden llegar a preferir una menor especialización en la actividad agraria, dado que sus prácticas de supervivencia han estado basadas históricamente en el principio de diversidad de recursos y de prácticas productivas. Se comprende también la facilidad con la que aborda otros trabajos fuera del ámbito agrícola, para completar su renta con otras prácticas productivas, resguardándose de las fluctuaciones que el azar, el clima o incluso el mercado, provocan en las economías domésticas. Como señalan Sevilla y González de Molina (1993), es esta estrategia campesina “multiuso” la que convierte a los campesinos en los primeros interesados en reproducir y conservar tanto la diversidad biológica como la heterogeneidad espacial; es decir la que los convierte en ecológicamente conservacionistas.
Esta tendencia secular campesina a la diversificación de estrategias para garantizar su supervivencia se encuentra también profundamente arraigada en las prácticas de manejo de las variedades locales que hacen los campesinos. Esta misma tendencia a la diversificación hace que los mecanismos que desarrollan los agricultores tradicionales durante la mejora sean muy diferentes de los utilizados por los técnicos. Aunque ambos busquen en última instancia fines idénticos, es decir sacar el mayor partido posible al sistema de cultivo, no entienden el término mejora de la misma forma. Para el técnico la mejora consiste en localizar aquellos individuos con la mejor respuesta puntual a un rango estrecho de variables, utilizar estos como progenitores y simplificar la población mediante severos tratamientos de selección y retrocruzamiento. Así se pueden conseguir cultivares genéticamente empobrecidos pero que muestren, resistencia a una determinada raza de bacterias, fructificación precoz o capacidad de crecer bajo altas dosis de un herbicida químico siempre que el resto de las condiciones de cultivo sean apropiadas. Esto significa que la variedad funcionará bien siempre que se mantenga el sistema de cultivo dentro de un determinado rango de condiciones óptimas. Aunque la simplificación es la vía más rápida para conseguir el efecto deseado, suele ser poco estable. Así, si la bacteria o el virus muta, si las temperaturas se sitúan por debajo de lo que se espera o si no se dispone del herbicida concreto, estos cultivares simplificados responden peor que otras poblaciones genéticamente más complejas.
Para el agricultor tradicional el sistema de mejora de las variedades consiste en el arte de conseguir una respuesta estable y elástica a una amplia gama de factores: climáticos, edáficos y también a las necesidades y a los gustos de la población. La mejora campesina busca la obtención de variedades que muestren un comportamiento aceptablemente homogéneo en cuanto a tipo y producción, con la mayor independencia posible de las variables ambientales (Soriano 2009). No obstante, y aunque para la racionalidad campesina el valor principal reside en la estabilidad, la experimentación y mejora continuada a lo largo del tiempo han logrado una integración elevada de los sistemas agrícolas. Esta integración permite la existencia de sistemas agrícolas sumamente productivos basados en la combinación de variedades mejoradas localmente y tecnologías locales apropiadas (GRAIN 2000).
A efectos prácticos hay que tener en cuenta que las formas de manejo de las variedades de cultivo (y las razas ganaderas) difieren del tratamiento que se da a otros elementos bióticos del sistema. Desde el punto de vista del manejo, la característica diferencial de las variedades de cultivo es que su presencia y abundancia relativa en el sistema no se establece de forma espontánea sino que requiere su introducción y mantenimiento por parte de los campesinos. Esta diferencia hace que el grado de dominio de los campesinos sobre los recursos genéticos sea muy superior a su intervención sobre el resto de los seres vivos que surgen de forma espontánea en el sistema. La supervivencia y reproducción de los recursos genéticos en la finca están completamente en manos de los agricultores. Esto hace que su manejo se vea aún más condicionado por los factores económicos y sociales que el resto de la diversidad biológica del agroecosistema.
A pesar de elevado grado de intervención humana que exigen para su desarrollo, las variedades de cultivo son elementos naturales que establecen relaciones con el resto de los seres vivos del sistema. Los organismos que conforman los cultivos interactúan con el resto de organismos espontáneos y ocupan su propio nicho ecológico en el agroecosistema. Por lo tanto las estrategias de introducción de especies y variedades en el sistema agrícola deben de tener en cuenta estas interacciones. Aunque en general, como veremos, el mantenimiento de un alto grado de diversidad contribuye a aumentar la estabilidad de los sistemas. Se debe de tener en cuenta que un sistema no posee mayor diversidad simplemente porque la lista de organismos, especies o variedades que están presentes sea más larga. La coexistencia en el espacio de individuos diferenciados que no interactúan o que lo hacen de forma ineficiente para el sistema no constituye de por sí diversidad biológica. Un correcto manejo de la diversidad cultivada implica la elección, entre el conjunto de recursos genéticos disponibles, de aquellas especies y variedades que generen las mejores cualidades emergentes para aumentar la estabilidad y la productividad del sistema. La incorporación de nuevas especies y variedades debe responder siempre a una racionalidad ecológica de manejo de los recursos.
Una correcta gestión del acervo varietal en el conjunto de la biodiversidad de la finca debe basarse en la complementariedad que conforma el entramado entre tres elementos; “conocimiento tradicional-variedades locales-leyes que regulan el agroecosistema”. Este entramado que se ha demostrado históricamente efectivo, sigue vivo en muchos lugares del mundo gracias a su capacidad de coevolucionar. La coevolución implica una mezcla de selección humana superpuesta a la selección natural sobre las poblaciones vegetales del predio. Su práctica concreta y complejidad dependerá del grado de comprensión y manejo del agroecosistema por parte de los agricultores locales.
La reconstrucción del acervo varietal en el agroecosistema requiere por tanto no sólo la utilización de variedades adecuadas, el esencial también la existencia de un contexto social que incluya redes de agricultores expertos y también consumidores con conocimiento suficiente para valorar la calidad de estos alimentos.
Las variedades locales de cultivo son producto, como ya hemos visto, de un proceso coevolutivo desarrollado en el seno de los agroecosistemas. Esta evolución ha entrañado un doble proceso de selección. Por un lado la selección natural que ha ido eliminando aquellas variedades peor adaptadas a los elementos del sistema menos controlados por el hombre (suelo, clima, plagas, enfermedades, competencia con malezas). Por otro la selección humana que actúa como una selección positiva, eligiendo tan sólo a las que mejor se adaptan tanto a las técnicas de cultivos (fertilización, laboreo, escarda) como a los gustos y necesidades (alimentación, vestido, vivienda, combustible). Ambos elementos, los espontáneos y los culturales, forman parte de un entorno concreto, la localidad. Cada localidad posee su clima, su tipo de suelos, su historia y su cultura. La supervivencia de las variedades locales está vinculada a la supervivencia de la localidad. Cuando la localidad muere, las variedades locales que le sobreviven pasan a ser recursos genéticos.
Las variedades locales siguen siendo tales en tanto en cuanto existen comunidades campesinas que las cultivan y las utilizan. Cuando desaparecen los campesinos y su cultura, las variedades sólo consiguen sobrevivir, con suerte, como recursos genéticos en los bancos de semillas.
La racionalidad campesina en la mejora de variedades consiste básicamente en actuar sobre los cultivares para conferirles mayor capacidad de interacción con los elementos positivos del entorno. La variedad pasa así a convertirse en un elemento más del sistema con potencialidad para participar en el desarrollo de cualidades emergentes. En este sentido la mejora de las variedades ocupa un papel central en el manejo campesino del sistema (Soriano 2001). Los sistemas de cultivos intensivos modernos han optado por una estrategia diferente. Esta estrategia se basa principalmente en controlar los factores ambientales; agua, temperatura, nutrientes y organismos espontáneos.
La consecución de este modelo con alta capacidad de interacción propio de la mejora campesina se basa en un proceso de experimentación continua. Esta experimentación tiene como objeto la búsqueda continua de una serie de ideales varietales que los campesinos identifican mentalmente. Estos ideales varietales se denominan técnicamente como ideotipos y en cada región existe un número determinado de ideotipos para cada especie. La construcción mental de ideotipos responde a múltiples factores, fundamentalmente a especificidad técnicas y culturales locales. El número de ideotipos aumenta en la medida en que el agroecosistema permite una mayor cantidad de nichos varietales y también en la medida en que las demandas de productos agrícolas de la población local son más complejas (alimentación, sustancias religiosas o rituales, vestido, construcción, etc.).
Los sistemas campesinos de manejo de variedades están basados en dos prácticas esenciales. No es posible un sistema de mejora campesina sin la existencia de procesos de experimentación e intercambio de variedades. El intercambio es el proceso por el cual los campesinos consiguen la variabilidad necesaria para poder la selección. Todas las sociedades campesinas han tenido mecanismos de intercambio para propiciar el trueque continuo de material vegetal.
Esta necesidad continuada de intercambio de material genético hace que la mejora campesina tenga forzosamente una dimensión de obra colectiva. La diversidad y elasticidad de las variedades locales deriva de un delicado equilibrio entre prácticas conservadoras de selección y la continua introducción del material intercambiado. La maestría en la consecución de este delicado equilibrio hace de la mejora campesina un arte antes que una técnica.
Aunque el material intercambiado entre campesinos es la principal fuente de introducción de diversidad en el sistema, en algunas zonas muy ricas en diversidad se conserva también un cierto grado de flujo genético entre la variedad cultivada y sus parientes silvestres. Este flujo se puede favorecer mediante algunas prácticas como la de desmalezamiento selectivo. En México se ha documentado como ciertos agricultores permiten que el teosinte permanezca dentro o alrededor de los campos de maíz, de manera que cuando el viento poliniza al maíz, ocurran cruzamientos naturales (Altieri et al. 1987).
En el proceso de experimentación propio de la mejora campesina se pueden distinguir tres elementos; descripción, valoración y selección. La descripción consiste en la identificación de los elementos diferenciales expresados por los individuos en el seno de las variedades. Los campesinos utilizan una gran variedad de características para efectuar la descripción. La valoración consiste en la evaluación de la variedad. Esta evaluación se realiza teniendo en cuenta varios factores, el principal de ellos es la comparación con el ideotipo, de forma que cada individuo es valorado en función de su aproximación a este ideal varietal. Otros criterios valorativos complementarios son el vigor y el estado de salud de la planta. Mediante la selección se eligen las semillas a guardar de un ciclo de cosecha a otro. La elección recae entre las plantas que mejor han sido valoradas. En general se evita guardar semillas de un número excesivamente reducido de plantas, para asegurar un cierto grado de variabilidad en las generaciones futuras.
Esta racionalidad de manejo campesino de las variedades da lugar a un sistema con características propias y diferenciadas de otros sistemas contemporáneos de manejo como podemos ver en la tabla I.
Aunque los campesinos han mejorado históricamente las variedades de cultivo, poca atención ha sido prestada por la ciencia a los sistemas locales de mejora. Los técnicos mejoradores han mostrado una gran ignorancia, cuando no un abierto rechazo, a este tipo de conocimientos. A pesar de que en los últimos años ha habido un importante incremento de las experiencias de Mejora Participativa, en la inmensa mayoría de los casos se trata de dar cabida a los agricultores en los sistemas de mejora convencional y no tanto a contribuir con el conocimiento técnico a hacer más efectivos los sistemas de mejora campesina.
Uno de los trabajos pioneros en la caracterización de sistemas locales de manejo de la biodiversidad local es el desarrollado por CLADES (Consorcio Latino Americano de Agroecología y Desarrollo) desde el año 1988. Este trabajo tuvo su origen en un seminario organizado por RAFI, CET y el mismo CLADES. Con posterioridad se ha mantenido una actividad con reuniones e intercambio de información y experiencias entre ONGs latinoamericanas, miembros del CLADES.
Este trabajo (CLADES 1998) permitió, por una parte, conocer los principios comunes de manejo de la biodiversidad a escala local en América Latina, y por otra, construir un enfoque de trabajo de fortalecimiento, uso, conservación y enriquecimiento de la biodiversidad en comunidades campesinas y pueblos originarios de la región. Las primeras conclusiones que se desprenden de las experiencias puestas en común son:
Cada finca y comunidad campesina es un centro de evolución y creación de biodiversidad, que se caracteriza por ser dinámico y por lograr, incluso, la evolución de las especies y variedades fuera de sus centros de diversidad genética.
La selección y conservación de especies y variedades en fincas campesinas responde a criterios diversos, incluso entre familias vecinas de una misma comunidad. Sin embargo, la conservación de la biodiversidad no es una tarea individual, sino colectiva, y se sustenta sobre relaciones libres de intercambio de semillas y conocimientos entre familias y comunidades.
Estas cualidades implican un manejo descentralizado, que lo hace más seguro para la conservación de la diversidad. Si ocurre una catástrofe natural o de otro tipo en un centro de diversidad de una determinada área o comunidad, siempre existirán áreas y comunidades no afectadas, donde uso y conservación continuarán en forma normal.
Dada la cantidad de dificultades que los procesos de globalización y modernización agraria imponen a este tipo de manejo de la diversidad, una forma de ayudar a los campesinos a comercializar los cultivos tradicionales puede consistir en plantear su actividad como una estrategia para la conservación in situ. Los mercados de variedades tradicionales ya existen y pueden ser reforzados con estrategias similares a las de la agricultura convencional. Una ventaja principal de esta aproximación a través de la comercialización es que se apoya en instituciones y ayudas ya existentes. Otra estrategia es apoyar a las organizaciones de base y las actividades de educación no formal tales como ferias agrícolas, para que incidan sobre el valor y la autenticidad que poseen los recursos genéticos locales.
El trabajo de las ONGs en América Latina ha dado también frutos en el campo conceptual, desarrollando un nuevo enfoque para el manejo de las variedades locales de los que enumeramos sus principales aportaciones:
La biodiversidad es un concepto integral que incluye el germoplasma, la información, el conocimiento, los sistemas de manejo y las cultura asociadas a ella.
La biodiversidad es interdependiente de las condiciones medioambientales, de los sistemas cultural, social y económico de las comunidades campesinas y de pueblos originarios que la manejan.
Diversidad genética y biodiversidad no significan lo mismo. La diversidad genética es un componente de la biodiversidad referido a la variabilidad de arreglos genéticos dentro de una especie, (diversidad de variedades). Biodiversidad, es un término más amplio referido a la diversidad genética, de especies, de ecosistemas y cultural. Por lo tanto, el manejo genético es sólo un aspecto del manejo de la biodiversidad. De este modo al hablar de erosión genética sólo se está haciendo referencia a la pérdida de variedades dentro de las especies (arreglos genéticos), mientras que perder biodiversidad implica también la pérdida de especies, ecosistemas y culturas.
La pérdida de la biodiversidad es una amenaza contra los sistemas que respaldan nuestra vida y la de las generaciones futuras. Esta pérdida pone en peligro la seguridad alimentaria, la investigación médica, el equilibrio de los ecosistemas, la permanencia de cultura originarias y campesinas, y el conocimiento asociado a ellas.
Las comunidades de pequeños agricultores pueden detener y revertir el proceso de erosión genética, si se impulsan procesos de revalorización de la biodiversidad y cultura a escala local.
Estos trabajos han permitido desarrollar unas bases metodológicas para desarrollar actuaciones con las comunidades locales que impliquen el manejo de los recursos genéticos. Estas bases metodológicas para guardar coherencia con el manejo campesino de la diversidad biológica y las variedades locales deben inspirarse en cuatro principios: manejo integral, descentralización, participación y revalorización cultural.
El estudio del conocimiento tradicional sobre la biodiversidad cultivada en Andalucía
En Andalucía son pocos los estudios sobre conocimiento campesino y recursos genéticos. Sólo tenemos referencia de un trabajo que abarca todo el territorio (López González et ál., 2008). Y algunos trabajos más dedicados a zonas concretas: la Sierra de Cádiz (Soriano 2004, García Jiménez 1999, García López 2001), la Vega de Granada (González Lera 2005), la Serranía de Ronda (López, 2003), Sierra de Castril (Gimeno García 2005), Sierra de Mágina (Mesa Jiménez, 1996), Comarcas de Antequera y Estepa (Díaz del Cañizo, 2000), municipios de Antequera, Lora de Estepa, Posadas y Puente de Génave (Alonso et al., 1996).
A través del estudio del conocimiento campesino es como hemos llegado a comprender que este gran patrimonio cultivado no es un elemento caprichoso ni producto del azar, sino que la biodiversidad de los cultivos tradicionales responde a una racionalidad campesina en el manejo de los recursos naturales completamente distinta de la lógica de la agricultura industrializada.
Los conocimientos que usan los campesinos para producir sus propias semillas y mejorar las variedades son complejos. Estos conocimientos implican una gran habilidad en el reconocimiento de las variedades, la valoración de sus aptitudes y su adecuación tanto a las condiciones de cultivo como a los gustos y necesidades del mercado local.
Agradecimientos
Parte de esta comunicación ha sido elaborada a partir de los resultados del Proyecto RF2006-00027-C6-01 financiado por INIA (Ministerio de Ciencia e Innovación) en el marco de las Acciones complementarias de apoyo a la Conservación de Recursos Genéticos de Interés Agroalimentario del Plan Nacional de Investigación, Desarrollo e Innovación Tecnológica (I+D+I) y cofinanciado por fondos FEDER de la Unión Europea.
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