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Las semillas del saber (lo que plantamos y comemos)

Lunes 3 de diciembre de 2012



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En 1996, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura) calculaba que se había perdido un 75% de biodiversidad respecto al siglo anterior. “No tenemos datos recientes al respecto, pero da por seguro que ese empobrecimiento ha ido a más”, afirma con rotundidad María, quien forma parte de la Red Andaluza de Semillas ‘Cultivando Biodiversidad’. Esta asociación trabaja desde el año 2003 para reintroducir las variedades locales, tradicionales y campesinas en los cultivos andaluces, así como para formar a los agricultores en la autoproducción de semillas.
En la actualidad, la Red Andaluza de Semillas (RAS) está formada por unos 200 socios, tanto agrónomos interesados desde hace tiempo en este tema, como los propios productores o los técnicos agrícolas vinculados al consumo. Respecto a los destinatarios de las actividades que lleva a cabo este colectivo, entre ellos figuran tanto los agricultores como los consumidores, es decir, el conjunto de la población andaluza. De hecho, “todo lo que hacemos es gratuito y abierto a cualquier persona, no hay nada restringido a socios”, comenta María. Asimismo, la asociación publica numerosos materiales de investigación y divulgación (documentos técnicos, proyectos y estudios, manuales, boletines…) que pone a disposición de toda aquella persona interesada.

Al margen de esta labor de difusión, varios son los objetivos esenciales que se marca la RAS. El primero de ellos tiene que ver con la formación de los agricultores para que recuperen los saberes tradicionales. “Se trata de ofrecerles unas líneas maestras con conocimientos específicos sobre cuándo se ha de plantar cada variedad o cómo se usan”, explica María. Según nos cuenta, “antes el agricultor sabía las semillas de las que disponía, pero ahora hay muchas que no se conocen”. Por ello, desde este colectivo se da asesoramiento a microempresas de productores de variedades locales, con el fin de que sus cultivos sean exitosos.

Pero las acciones de la RAS, como ya se ha comentado, no solo alcanzan a productores, sino también a consumidores. Así, otro de sus fines es la sensibilización de aquéllos, que acometen a través de talleres, charlas y degustaciones en las que implican a grupos de agricultores y a centros de enseñanza. “Cuando prueban tomates y lechugas de verdad, los niños alucinan”, dice María con una sonrisa. “Pretendemos generar respeto y compromiso hacia las semillas, hacerlos conscientes de que obtenerlas cuesta tiempo y esfuerzo”. Para reforzar esa conciencia, la asociación reparte semillas (junto con su descripción) entre los centros educativos, con objeto de que se creen huertos escolares.

Finalmente, la RAS sirve como una verdadera red que fomenta el uso e intercambio de variedades locales entre sus socios. Según María, “el problema es que ahora cuando los agricultores dejan de usarlas, no conservan las semillas porque ya disponen de otras variedades comerciales mucho más accesibles. Además, en muchos casos, no tienes ni vecinos porque le han expropiado la tierra, se ha construido un polígono industrial o lo que sea”. Por eso desde el año 2007 pusieron en marcha la Red de Resiembra e Intercambio, a través de la cual se contacta con gente que aporta sus semillas y se suma a un listado; luego, esos agricultores y hortelanos pueden pedir a otras personas las variedades que deseen. A pesar de que estiman que la red cuenta ya con unas trescientas variedades diferentes, “no llevamos un control, porque esto no es un banco ni queremos tener stock; solo pretendemos que se muevan“.

Una de las grandes ventajas de las variedades locales es que permiten la autoproducción, “lo que da una autonomía al agricultor que le resulta vital, con la que está cayendo”, sostiene María. Las variedades comerciales, en cambio, son híbridas (mezcla de variedades degeneradas) y al sembrarlas se obtiene una planta distinta; por ejemplo, una tomatera sin tomates. En el caso de las variedades locales, al tener una base genética ancha, son heterogéneas y más resistentes, lo que aporta estabilidad al cultivo y permite que no dependa de fertilizantes. Al margen de esto, la diferencia obvia es el sabor, el olor y la calidad nutricional. Es decir, la salud, “algo de lo que se han olvidado las variedades industriales”. Resulta sorprendente saber que una berenjena ecológica presenta un alto contenido en polifenoles, un antioxidante que ayuda a prevenir el cáncer.

Pese a todo esto, “es un tema bastante marginal”, admite María con resignación. Desde la RAS hacen un seguimiento de las políticas públicas, lo que incluye ejercer presión sobre los gobiernos, pero “hasta ahora sin demasiado éxito, seguimos siendo el país de los transgénicos“, ironiza. No en vano y con el fin de aunar esfuerzos en esta lucha, este colectivo forma parte de la Plataforma Andalucía Libre de Transgénicos. “Antes protestábamos en Sevilla, luego en Madrid, y ahora tenemos que llegar hasta Bruselas”, dice María aludiendo a la deslocalización de las políticas públicas. “Vamos, que hasta para quejarse hay que saber idiomas”.

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